Por: María Luisa Vásquez*
Si revisamos la vieja definición de la salud, recordaremos que es el “completo estado de bienestar físico, mental y social” (OMS) y concluiremos en que otras pandemias nos azotan y limitan nuestro desarrollo como sociedad: la violencia hacia la mujer.
Solo basta conocer como una manada de machos ultraja a una joven mujer sin posibilidades de defenderse, mientras que otros compañeros de manada justifican el accionar de sus “pobres” congéneres que no pueden resistirse frente a una mujer a quien le gusta la “vida social”, homologando la situación con la de los mamíferos frente a una hembra en celo.
A otra mujer violada, tres jueces de medio pelo, le niegan justicia, entre otros argumentos, por haber usado una prenda íntima con encajes rojos, la noche en que ocurrió el execrable hecho y nuevamente, los fariseos arremeten contra la mujer culpándola por no vestirse “apropiadamente” “colocándose en un escaparate”, como dijo un religioso de triste recordación.
La pandemia del machismo cuestiona, oprime, viola y mata a la mujer, por el solo hecho de serlo; para las personas enfermas con esta peste, la mujer es un ser inferior que está sujeta al mandato y voluntad de un hombre, que no tiene derecho al descanso, ni a la recreación y para quienes la casa es su lugar natural. Y por eso creen que pueden agredirlas sexualmente si las encuentran solas en las calles, si están maquilladas o si se visten con minifaldas o escotes pronunciados.
Esta pandemia no requiere vacuna sino un cambio de mentalidad y una actitud de respeto al derecho de las mujeres a decidir sobre sus cuerpos; implica que ustedes lectores y lectoras entiendan que, en todos los idiomas existe la palabra NO y si la mujer NO desea tener relaciones sexuales o NO expresa su consentimiento, nadie puede tocar un milímetro de su cuerpo.
¿Es tan difícil entenderlo? La forma de vestirse o divertirse, es irrelevante frente al derecho de las mujeres a decidir. Para prevenir que nuestros niños enfermen de la pandemia del machismo, es necesario transmitirles mensajes positivos de respeto a las niñas, pero también es imperativo que prediquemos con el ejemplo en los diferentes espacios: en el hogar, en la escuela, en la comunidad.
Quiero compartir con ustedes un sueño: un mundo de tolerancia y respeto a las mujeres, donde mi valor se mida por mi integridad, capacidad y compromiso social y no por el escote de mi vestido, ni los encajes de mi ropa.